¿Quién es homoocoquus?

Homocoquus nació en Barcelona cuando «Light My Fire» de The Doors trepaba por las listas y la cocina aún era un territorio serio, sin coreografías para redes sociales. Desde su infancia cultivó un amor incondicional por la buena cocina y la buena mesa, un idilio que le ha acompañado toda su vida.

Buena parte de esa pasión se gestó en la cocina familiar, mezcla ecléctica de los platos de su abuela y de su tata: mariscos fresquísimos traídos del mercado, el Bacalao a la “Grandi Colloni”, «Coronas» de tripa de cordero, Migas doradas y crujientes, Gachas espesadas con paciencia, y «Gurullos» hechos  a mano en guisos de cuchara. Sabores y texturas que dejaron huella y que raramente ha vuelto a encontrar fuera de aquellos fogones.

Ha vivido varias vidas, algunas tan poco corrientes que serían difíciles de explicar en una sobremesa corta. Estudió Economía y Biología, y se embarcó en proyectos y empresas que rara vez aparecen en los manuales, con una suerte, digamos, desigual. En su juventud, a la hora de elegir profesión, la cocina no era una opción real: las circunstancias familiares pesaban y, además, el oficio estaba lejos de la imagen glamurosa que hoy tienen ciertos chefs de portada.

Ahora, en la antesala de la madurez avanzada, observa un mundo gastronómico y social que a veces le parece más pendiente de la forma que del fondo. Desde su labor actual como consultor en seguridad y tecnología, ha decidido abrir un espacio para compartir su visión culinaria. No como un gurú, sino como ejercicio de terapia personal y de divulgación, con la intención de educar, entretener y, llegado el caso, provocar una reflexión o dos.

Homocoquus no entiende de prejuicios: disfruta por igual de un beluga  con blinis y Zubrówka  helado que de una oreja estofada o los callos de Suso en el Frankfurt Galicia de Barcelona. Puede gozar de un Ribera o un Sauternes tanto como de un porrón de cerveza y gaseosa o un blanco fresquito frente al mar. Porque el precio no siempre está ligado al valor real, sino a la escasez o a la moda. Unos huevos fritos con chorizo leonés con un punto de pimentón son ser tan memorables como un menú de «triestrellado»

En los últimos años Homocoquus ha observado un fenómeno:  han llegado a nuestras cocinas ingredientes que antes eran inalcanzables o desconocidos, en parte gracias a la riqueza cultural que ha aportado la inmigración y la globalización y en parte , a la difusión de recetas e ideas en internet. Sin embargo, muchos ingredientes que eran habituales en su juventud han desaparecido por completo. Pescados, mariscos y carnes que formaban parte de la vida cotidiana ya no están disponibles. Esa pérdida le entristece, y por eso ha decidido iniciar una búsqueda personal para documentar esos ingredientes y platos perdidos, para que, aunque sea improbable que las nuevas generaciones los prueben, al menos sepan que un día existieron.

Por desgracia, no siempre podemos cocinar con el mismo producto fresco y excepcional que usaban nuestros abuelos. La realidad económica y la producción industrial han llenado nuestras cocinas de pollos de supergranjas, terneras criadas en serie o lechugas cultivadas en semanas. Aun así, cree que incluso estos productos merecen ser tratados con el máximo cuidado para sacarles lo mejor posible. Y, siempre que se pueda, buscar en mercados, paradas de payés, pescaderías y carnicerías de confianza. No por etiquetas como “kilómetro cero” o “ecológico” —que a menudo son más marketing que realidad—, sino por una búsqueda auténtica de calidad. Sabe que es una lucha casi quijotesca, pero prefiere darla.

Pero esas  mismas redes que han permitido descubrir productos y cocinas  han producido una legión de “gastrónomos de salón” que difícilmente distinguirían una angula del delta del Ebro de unas gulas del norte, o un huevo de ponedora enjaulda de un huevo recién puesto por las gallinas de tu corral. No merecen su respeto ni su atención, aunque reconoce que hay excepciones: chefs y creadores, especialmente en YouTube, que realizan un trabajo excelente y honesto.

Para Homocoquus, cocinar es mucho más que una necesidad fisiológica: es un acto social y un acto de amor. Como leyó en algún lugar, “cocinar es hacer el amor al mundo”. No concibe un gesto más generoso que cocinar cada día para las personas a las que quieres. disfrutar juntos de una comida  es, ante todo, compartir lo mejor que uno tiene: tiempo, atención y cuidado.

Para él, cocinar no es una moda pasajera ni un escaparate para presumir: es una forma de cuidar, de mantener vivas las historias o y de recordar que sentarnos en la mesa  sigue siendo uno de los pocos actos que nos salvan de la prisa y la indiferencia. Y si con ello consigue que alguien vuelva a encender un fuego y a remover una cazuela con calma, la misión estará cumplida.